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Entrevistas

ENTREVISTA DEL TRÁNSITO por Ana Velayos (II)

Miguel Velayos regresa con el segundo poemario de su trilogía:

BUSCANDO EN LA MEMORIA.

 

P.-En el libro hay un orden muy claro que consta de cuatro partes bien diferenciadas dentro de la variedad de la temática y de las formas.

 

R.- Sí, soy un obseso de la estructura y de la forma y dedico mucho tiempo a corregir los textos de los libros y en este poemario cada poema está medido y ocupa un lugar específico porque tiene que ser así, los poemas han sido reordenados hasta que han adquirido el lugar que tienen que tener. Cada verso, cada cita, cada dedicatoria, cada expresión están perfectamente estudiadas; cuidadas con mimo. Todo está ordenado dentro del conjunto.

 

Me interesa que se vea el libro por la pluralidad de temas pero también por la gran pluralidad de formas que tiene: hay poemas en prosa, poemas más ortodoxos, poemas muy breves… porque creo que la forma avala lo que yo quiero decir en el fondo y me parecía que era interesante, y también necesario, que si estaba manteniendo una idea en el fondo, mantenerla también en la variedad de versos. Si estoy hablando de la diversidad, es decir, de distintos “tránsitos” ¿cómo podía reflejarlo de la mejor manera posible? Creo que con la variedad de formas -poemas extensos, cortos, poemas satíricos, irónicos…- me parecía que eso era necesario.

 

Pero además disfruto mucho organizando un libro, que suele ser la parte más tediosa para muchos poetas, pero a mí me gusta y le dedico mucho tiempo; cambio, corrijo una y otra vez hasta que siento que cada poema ocupa el lugar que le corresponde… porque hay poemas que establecen un diálogo entre ellos, hay temas que se van sucediendo y el siguiente poema es una continuación del anterior o una segunda versión incluso del mismo poema o se abre una ventana nueva que retoma ideas anteriores, etc. Yo he procurado que esté todo perfectamente medido, que esté todo en su lugar.

 

P.- En estos nuevos poemas tienen cabida el paso del tiempo, el pasado, la infancia, la orfandad, los viajes, el amor perdido… ¿Unas cuantas “obsesiones”?

 

R.- Sí, toda persona que se siente a escribir tiene sus obsesiones y siempre le van a acompañar; unas pueden ir variando, otras desapareciendo o mitigándose, pero hay algunas que inevitablemente te acompañan siempre. Cada uno de nosotros nos vamos formando nuestro propio campo semántico y en mi caso algunos son los que has enumerado, junto con la nostalgia, la pérdida, etc. Decía Nicanor Parra que “todo poeta tiene la obligación de nombrar las cosas por primera vez y hacerse su propio diccionario” y cada uno de nosotros va construyendo su propio diccionario poético, con las obsesiones que te acompañan siempre y, aunque no quieras, surgen de forma inconsciente y uno las reconoce.

 

En mis textos, de manera inevitable, surge el tema de la orfandad y es el núcleo central de donde parte gran parte de mi poesía, como he dicho antes siempre me pregunté ¿cuál fue la razón por la que yo llegué a la poesía? En gran parte por esa orfandad, buscando una especie de padrinazgo que la poesía me proporcionó. Un tema que ha aparecido de forma natural después de tantos años. Realmente llevaba muchos años intentando escribir sobre la figura paterna y la orfandad y no salía nada. De repente, de cuatro o cinco años para acá, se convierte en el núcleo central de lo que escribo porque la poesía requiere su tiempo y tiene su propio proceso.

 

P.- Precisamente ese paso del tiempo te ayuda a hacerte preguntas. ¿Lo interesante de la vida es que siempre hay que seguir buscando?

 

R.- Desde luego y la poesía es una permanente pregunta, nos invita a preguntarnos constantemente. No sé si encontramos respuestas, o no sé si encontramos las respuestas que necesitamos, pero estamos en un momento en el que al menos necesitamos hacernos las preguntas. Quizá las respuestas las iremos encontrando poco a poco, pero necesitamos preguntarnos y la poesía, en ese sentido, es una permanente pregunta, nos cuestiona constantemente.

Un poema yo creo que es como una pregunta. Al final uno se da cuenta que no está terminado, que podría haberlo dicho de otro modo. Un poema es una especie de esbozo, una pregunta que te lleva a otra y ese segundo poema a otra pregunta y toda una obra en el fondo es una pregunta; cualquier gran obra de un poeta es un inmenso enigma.

La búsqueda es lo interesante. La poesía es como un ejercicio de interrogación, nos obliga a interrogarnos. Las respuestas luego cada uno las encuentra o las va dando forma, pero la poesía, como premisa, tiene la obligación de preguntarse, de cuestionar.

 

P.- La primera parte del libro “Tránsito hacia el tiempo” es formalmente la parte más extensa y, desde el punto de vista del contenido, quizá la más intensa. ¿Hay que mirar hacia atrás? ¿Merece la pena, como dices en uno de tus versos, hacer ese “esfuerzo en la memoria”?

 

R.- Voy a tratar de explicarlo sin que suene contradictorio. No soy una persona nostálgica o que defienda que cualquier tiempo pasado fue mejor sino lo contrario, pero, a la vez que digo eso, creo que para un poeta es necesario, obligatorio e inevitable revisar su pasado porque nosotros contamos casi exclusivamente con la memoria, que es nuestra principal herramienta. Por tanto, cuanto más profundo seamos capaces de escarbar en ella creo que más hallazgos vamos a encontrar.

 

Esto lo explica muy bien Joan Margarit que dice que un poeta es como una especie de minero que desciende a un lugar oscuro, a una mina muy profunda y con poca luz, y alumbrando los rincones a veces encuentra pepitas de oro y hallazgos increíbles y otras veces no. Los mejores hallazgos de la memoria suelen estar muy profundos y hay que atreverse a bajar hasta esos abismos.

Por eso, la nostalgia es ese ejercicio que consiste en revisar tus recuerdos, emociones y obsesiones del pasado, que nos acompañan en el presente porque nos van a ayudar a estar mejor en el futuro.

Hay que volver al pasado como ejercicio poético nada más pero no en la vida. El pasado no es el lugar donde hay que habitar sino todo lo contrario.

 

Además los poetas jugamos con la ficción, igual que un novelista o que un dramaturgo y, en mi caso, me resulta más interesante la “tragedia”, quizá de ahí esa retorno al pasado, que un poemario única y exclusivamente feliz, aunque estoy desde hace un tiempo a esta parte escribiendo textos humorísticos y me interesa mucho esa faceta poética. Pero en esta trilogía el ambiente que yo quería crear era éste precisamente…

 

P.- El pasado, sus restos y sus señales en la memoria son una constante en esta primera parte. Esa nostalgia en estado puro ¿es alimento para la poesía?

 

R.- Esta respuesta también puede parecer ambigua porque tiene algunos peros y sin embargos… La poesía es el terreno donde yo me concedo ser más triste de lo que soy en mi vida real y me concedo más amargura y más nostalgia que en mi día a día porque en ella eso no me sale, no me funciona, no es práctico para vivir, uno no puede estar viviendo su vida de esa manera, a mí al menos no sirve.

Por tanto, de algún modo, eso es como una concesión que yo me hago y lo más profundo de lo más profundo que hay en mí es ese poso triste o esa amargura que sale espontáneamente con la poesía en algún caso, aunque no siempre. Pero cuando sale yo no lo obstruyo, no lo controlo, me parece que es interesante para escribir porque salen textos que a mí me resultan intensos.

Y, por otro lado, y esto quiero recordarlo siempre, es que la poesía es un género de ficción y, por tanto, hay cuestiones que están alteradas, transformadas, modificadas para el formato poético.

La poesía siempre se ha identificado con algo real y biográfico y no es así estrictamente.

 

P.- En estos primeros poemas hablas de un tránsito hacia atrás en el tiempo.

 

R.- Sí, en el libro el tránsito es hacía atrás, de búsqueda en los orígenes, de paso del tiempo. Concretamente es tomar conciencia de ese paso del tiempo. La poesía es un “gran caer en la cuenta” y, en algo tan obvio como que el tiempo pasa, la poesía nos ayuda de alguna manera a recuperar lugares y personas que quizá de otro modo no son recuperables y los perderíamos para siempre. Esa pérdida sería irreparable y, por tanto, perderíamos muchos matices de nuestro presente y de nuestro futuro que es lugar al que queremos dirigirnos.

Permanencia en el Tránsito me ha permitido hacer revisión de muchos lugares y acontecimientos. Algunos de esos lugares son sagrados y también algunas personas, algunas de las cuales por desgracia ya no están. Conviene, aunque sea doloroso, sentarse y hace cuentas con ellas, acercarnos a ellas, mirarles, escuchar lo que nos tienen que porque es un tesoro lo que nos dan y, si no lo escuchamos, lo perdemos de por vida. En estos poemas he escuchado la importancia de determinados lugares y personas que han condicionado mi forma de entender la poesía, el mundo y mi relación con los demás. Creo que si no les escucho estoy siendo injusto con ellos; estaría siendo olvidadizo, y creo que el olvido no es un buen lugar para escribir poesía.

 

P.- De hecho, uno de los temas principales de este libro es la infancia y escribes en uno de tus poemas que sientes “predilección por la nostalgia”. ¿Se escribe mejor desde el recuerdo?

 

R.- Le da un barniz intenso porque todo el mundo ha sentido, por ejemplo, la pérdida de la infancia. Eso es algo que nos identifica a todos y a todas en cualquier lugar, en cualquier época, y eso hace que la poesía sea extensible a todo el mundo. De modo que la pérdida de la infancia, y de ese paraíso que supuso la infancia para muchos de nosotros que tuvimos una infancia muy afortunada, y todo lo que supuso esa ruptura, es un sentimiento que cualquier persona entiende y eso te permite que tu poesía tenga un recorrido largo y lo que yo espero es que también sea profundo. Y espero también que esa sensación llegue a todos porque creo que todo el mundo la puede entender para poder rescatar ese paraíso que de alguna manera nos ha conformado a todos nuestra personalidad.

 

La gente que hemos tenido la suerte de tener una infancia buena y muy feliz tenemos un tesoro que nadie ya nos arrebata y vas por la vida con ese regalo escondido en tu interior, que te hace más fuerte. Es un lugar al que volver, en el que refugiarse de la intemperie del mundo. Es un privilegio contar con paraísos, a pesar de que sean paraísos perdidos, porque no tienen posibilidad de recuperación, a los que puedes volver a través de la poesía, como es mi caso.

Entonces, en un ejercicio de nuevo ambiguo: recuperarlo para perderlo o recuperar algo que está perdido y que es irrecuperable pero sí puedes tenerlo durante breves momentos. Y algo tan importante se consigue a través de la poesía y a través de la memoria, de este modo podemos de nuevo habitar en ellos.

 

P.- ¿Y la memoria dulcifica los recuerdos, mitifica los lugares donde estuvimos y embellece a las personas?

 

R.- La memoria transforma los propios recuerdos. Incluso en algunos poemas que estoy escribiendo ahora he tratado a la memoria de “mercenaria”. Hay que tener cuidado con ella porque evidentemente transforma las cosas pero en la poesía eso no es tan importante. No es tan importante si algo sucedió o no verdaderamente sino que la forma en la que yo lo he escrito es la forma en la que yo lo recuerdo. Nos basta, no nos interesa tanto si coincide o no con la veracidad de los hechos sino que en el fondo sabemos que no coincide. De hecho, sabes que muchas sensaciones son distintas porque en el momento de escribir un poema trasformas la realidad. Como poeta, lo que me interesa es recuperar una sensación de un acontecimiento concreto, de una persona, de un lugar… Lo que los poetas tratamos de hacer es una mínima recuperación, un pequeño esbozo de lo que pasó allí, que no tiene por que ser lo que ocurrió realmente. Y en esa ambigüedad de nuevo se mueve la poesía: la poesía no es lo que ocurrió sino lo que uno recuerda que ocurrió.

 

Ahí entran en juego modificaciones, transformaciones, alteraciones, exageraciones, reducciones… y todo eso hace que la poesía sea mucho más hermosa.

 

RESCATAR EL TIEMPO.

 

P.- Estos versos también están repletos de evocaciones y simbolismo como cuando dices que “envejecemos siempre en septiembre”. ¿El final de una época?

 

R.- Así es. Coincide con el final del verano, que ya es de por sí nostálgico y duro, y además se trata de un mes simbólico que representa el final de una época. Hay un poema de Jaime Gil de Biedma que se llama “Las afueras” que habla de la vuelta a una ciudad a finales de verano y de cómo uno se da cuenta de que ese momento es el final de una época, que ya no se va a tener ese verano eterno -que son siete u ocho veranos de la vida que se suceden uno tras otro y uno no recuerda en la cronología, sino que parecen formar parte del mismo verano, que parece un único verano o un verano eterno-. Hay un momento en que esa sensación se pierde y llegan los septiembres…

 

Septiembre implicaba el olor de los libros forrados para ir al colegio, las carteras, las ofertas de las tiendas… y, más adelante, supone tomar decisiones que te están llevando a otros lugares que no son los de la infancia. Septiembre es el mes de “la toma de decisiones”, cuando simbólicamente hay que coger las carteras, desempolvar los libros y volver a la realidad que solía ser más dura que la del verano, donde no había horarios y todo era luz, juego, aventura…

Entonces es un mes que coincide con la vuelta a las obligaciones y eso a mí me sigue ocurriendo ahora y de hecho estoy escribiendo muchos poemas en esa línea: la vuelta a una ciudad por las carreteras de septiembre implica la vuelta al trabajo, a determinados asuntos que hemos dejado en suspenso. Septiembre es un mes simbólico; llega el otoño, incluso el frío, y llegan las decisiones, llegan las obligaciones, llegan las oficinas y llegan los “trajes” que desempeñamos todos en nuestra vida.

 

 

P.- Un tiempo en el que escribes que “las ausencias regresan trayendo su dolor”. ¿Las ausencias están siempre presentes?

 

R.- Sí, hay ausencias que son más presencia que las propias presencias. Hay personas, que están con nosotros pero que no tienen tanto calado ni tanta profundidad en nosotros como algunas personas que ya están ausentes…

 

P.- Están tan presentes que algunos de tus versos son más presencia que ausencia a pesar de estar ausentes….

 

R.- Sí, de nuevo la ambigüedad… que es el terreno en el que se mueve la poesía. Decía Shelley que “los poetas son los únicos legisladores del mundo”. Desde luego, creo que son legisladores de lo invisible, los poetas tienen la capacidad de legislar lo intangible; aquello que no se ve… La poesía tiene la capacidad inmensa de profundizar en lo que no podemos ver y de hacerlo visible y estas “ausencias presentes” o estas “presencias ausentes”, que son cuestiones invisibles, se hacen legibles y entendibles a través de la poesía. Podríamos decir que la poesía legisla sobre la ambigüedad.

 

P.- Lo intangible como las miradas y gestos que se dan en el seno de las familias y que escribes que son los que muestran la esencia de lo que realmente son…

 

R.- Me interesan mucho las herencias de la familia; las herencias no materiales, intangibles, que se descubren en gestos y en palabras. A medida que uno va creciendo se va dando cuenta que va reconociendo a sus padres o a sus abuelos en el espejo… Y vas viendo como hay gestos que nosotros considerábamos que no habíamos heredado y, sin embargo, se revelan muy claros en el espejo y uno acaba acercándose a su padre o a su hermano mayor… y esas herencias que están ahí en el pasado, y se van trasmitiendo de generación en generación, uno puede verlas en las personas de tu familia que te rodean y en ti mismo… Y hay como una especie de hilo conductor en cada familia.

 

Me parece una idea interesante porque de alguna manera emparenta a todo el mundo. Hay herencias compartidas, y no sólo con la familia que lleva tus apellidos, sino que incluso llegas a lugares donde se puede detectar esa herencia por la forma de entender las relaciones y de estar en el mundo. Es una herencia invisible. Decía J. Donn, y yo lo utilizo para uno de los poemas del libro que “no te preguntes por quién doblan las campanas, las campanas doblan por la Humanidad entera”.

 

P.- Señales que también conservas en tu ciudad, a la que has regresado en este poemario. ¿Hay un momento en la vida el que hay que salir para después volver con más serenidad?

 

R.- En el fondo lo que subyace es que la ciudad, en sentido metafórico, va con nosotros y no podemos huir de ella -entendida como el lugar del que uno quiere marcharse a una determinada edad- porque la llevamos dentro pero es que además es necesario volver en un determinado momento para hacer las paces con la ciudad que es hacer las paces con uno mismo. La ciudad, y todo lo que ella supone, te acompaña, va contigo y además hay un momento de tu vida en el que vuelves físicamente pero también vuelves en otros sentidos. Por tanto, creo que de nuevo es una temática extensible a muchas personas porque ¡quién no ha querido huir en algún momento! puede ser de la ciudad, de uno mismo, de su familia, de su pareja… La huída es un tema literario: marcharse y en algún momento regresar para encontrarte sobre todo contigo mismo.

 

P.- Recurres al cine y la música porque en tus poemas se pueden adivinar muchas de tus pasiones…

 

R.- Sí, claramente. La poesía se alimenta de todo, desde lo más cotidiano hasta lo más sublime que podamos ver porque somos el resultado de muchas experiencias estéticas. Por eso son tan importantes las canciones que escuchamos, el teatro que vemos, o los cuadros que contemplamos… pero también cualquier situación cotidiana. Hay experiencias estéticas que son muy intensas y, en concreto, la pintura y la música a mi me conmueven… siento infinidad de sensaciones cuando escucho una canción, es un rito, una necesidad… lo

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